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Mostrando entradas de octubre, 2020
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Si algo tiene la condenada es lo altamente contagiosa que resulta. Es desencadenarse y, tan rápida como un reguero de pólvora, arrasar por donde pasa. Eso y el don de la oportunidad, claro. Por supuesto, tiene predilección por lugares como velatorios y funerales. Me estoy viendo a mis 13 años haciendo frente a la primera muerte familiar y, entre llantos entrecortados y un continuo hilillo acuoso de moco incontrolable, cruzar una mirada furtiva con mi primo Raúl, llorando sin consuelo como yo y, en pleno velatorio de nuestra abuela paterna, estallar en risa nerviosa. Cosa que también ocurrió unos años más tarde, ya en nuestra veintena, esta vez sin llantos evidentes y despidiendo a nuestro abuelo, pero igualmente riéndonos ruidosamente tras establecer contacto visual entre los bancos de la iglesia. Aún recuerdo los codazos de mi hermana pero, es que, era de verdad imposible no reírse escuchando a la mujer que, afanosa ella y con una voz de pito penetrante, entonaba eso de “Corodero de D