Omar

 

 Maricarmen era el nombre que escogió -o tal vez el que le resultó más sencillo de recordar- para dirigirse a las mujeres que se acercaban a su puesto ambulante buscando ese collar perfecto a juego con el vestido veraniego, o los pendientes que más resaltaran el bronceado. Por eso, cuando, al verano siguiente, llegando a destino y divisándolo al entrar al ansiado lugar de vacaciones, asomé mi cabeza por la ventanilla del coche familiar, me emocionó mucho que, al gritarle un entusiasmado “¡Omaaaaar”!, me respondiera con esa sonrisa de buen hombre y un efusivo “¡Raqueeeeel!” acompañado de un enérgico movimiento de mano. 


Cómo olvidar su generosidad, su alegría y su abierta sinceridad. Porque no le costaba nada decirte “Esto es una mierda, no te lo compres. Es mejor este otro” cuando alguno de sus productos no le convencía demasiado, aunque fuera a perder con el cambio… O sus habilidades arreglando patines (como aquella tarde con mi hermano que me estampé una buena.  Y es que, saltar un agujero de obra no fue la mejor decisión después de todo. Pero los 11 años son así, un poco prueba y error …)


Lo que tiene tener un corazón grande es que nadie te olvida. Y que todo el mundo te ayuda. Por eso, cuando llegaba el momento de apretar un poco el paso y de ocultarse, como en la más coordinada operación técnica, lugareños y visitantes se afanaban en esconderle en el hotel junto al complejo de apartamentos durante el tiempo que duraba la visita de rigor de policías. Que a buen seguro lo sabían, pero, cómo importunar con automatizados protocolos a tan querido viejo conocido… 


No sé qué habrá sido de Omar. Si seguirá ejerciendo de pintor como hacía entonces en su África natal para alimentar a su numerosa familia, y visitando alguna playa en la época estival alegrando los ratos al personal con sus coloridos productos. 

Quizá le hayan hecho abuelo y sea un jovial señor rodeado de pequeñuelos. Ojalá le haya ido bien, en cualquier caso. 


Aún puedo escuchar su contagiosa risa resonar con el alboroto de la playa de fondo en aquellos felices días de mi infancia.











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