Un sol de justicia. Nueva York. Quinta Avenida. Principios de julio. Hasta donde recuerdo tras seis años y medio de esto, es pronto por la tarde, después de un buen rato de caminata y haber visitado el Thyseen Museum (una de esas visitas que suenan a turistada, y probablemente lo sean, pero merecen la pena cuando tienes varios días por delante para disfrutar de un montón de cosas en una gran ciudad... Visita a la tienda Little Lebowski entre otras cosas incluida. Siempre grandiosa). Me hace gracia recordar lo amorfo de algunas figuras del Museo de Cera de Barcelona, que visité con mi familia de cría. Mientras voy reflexionando sobre esto paramos en un semáforo. De pronto una nariz me resulta altamente familiar. ¡Mondieu! ¡Si acabo de verla en el museo! Codazo doble: -“Mira, psss, es Lady Gaga”. Ella, acompañada de otra chica, probablemente una amiga, me mira con el ceño fruncido y gira esa nariz italiana tan característica hacia mí. Entre extrañada y expectante (quizás pensando si soy una fanática chalada que en cualquier momento va a molestarle... O a lo mejor simplemente inquieta porque la he reconocido).
-“¿Quién es esa?”. 

-“Joder, la de los tocados raros, la del traje de carne cruda”. ¡La cantante, chico!”.
Son solo unos segundos, pero se me antojan larguísimos. Nos dirigen varias miradas de reojo mientras presencian nuestra conversación y parece esto un partido de tenis, unos mirando a los otros de un lado a otro. El semáforo se pone verde. Seguimos caminando. Siguen caminando. Se alejan. Nuestros caminos se separan. Hablamos días después con familia y nos dicen. “Mira, el otro día vi en una revista que estaba Lady Gaga por la Quinta Avenida de compras, qué casualidad, como vosotros, como para haberos visto, jaja”. “Sí, mucha”-me río yo, y le digo: “¡Pues mira! El caso es que el otro día, caminando por la calle...”.

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