DEL JABÓN A PERSÉFONE

Es cierto eso de que un olor puede trasladarnos a un recuerdo de manera tan vívida que nos parece estar allí de nuevo. Bueno, con los lógicos matices que el cerebro se ha encargado de rediseñar para guardar en nuestro archivo de recuerdos con el paso del tiempo. Pero, en esencia, allí que nos encontramos de nuevo, si no sintiendo lo mismo que entonces, algo muy similar...

Esta semana el olor del jabón con el que lavaba enseres varios en la cocina me trasladó de inmediato a mis primeros años de infancia veraneando en el pueblo. El olor de las sábanas y ropas que mi abuela materna lavaba y tendía al sol. Ese maravilloso aroma a limpio y a la vez con tanta fuerza, momentáneamente me hizo revivir aquellos veranos infinitos con mis primas. Las primeras veces montando en bici con nuestro incansable tío Benito como maestro; los vermús en la plaza con mis tíos; las calurosas tardes de piscina. Me llevó también al griterío despreocupado de los años de la inocencia. A la "fresca" de la noche, donde mayores y pequeños compartían vivencias intertergeneracionales y perros y gatos entraban y salían de las casas y se enredaban entre la multitud de piernas. Y, por supuesto, me acordé de ella: Perséfone. Quizá no fueron muchas las visitas a su casa, pero recuerdo que vivía como dos puertas más allá de mis abuelos. Y especialmente una de aquellas veces cuando, a modo de saludo, espetó un: "Aquí estamos, esperando a que nos lleve la guadaña". Estas oscuras palabras, entonces para mí incomprensibles, no resultaban trágicas en los ojos azules y bondadosos de la buena mujer, que aceptaba con absoluta serenidad el que sabía era su próximo destino. Imagino que tiempo después la parca no tardó en visitarla. Mientras tanto, la vida seguía latiendo ahí fuera, larga y bonita para los más pequeños, ajenos a la finitud del tiempo. Bonitos veranos. Y curiosa la mente, hilando el jabón con la buena de Perse, como la llamaban cariñosamente...




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