Prometí



No me atreví a atravesar el pasadizo que unía el exterior con el interior de la casa. Hice varias intentonas-confesaré que flojitas- porque, a mis, calculo, escasos siete, me daba miedo no saber cruzarlo y que me llevase a otro lugar y me perdiera... ¡Bendita imaginación! 

Cuando quise volver habíamos crecido o ya no jugábamos más a aquello, ya no recuerdo. Luego pasaron los años como rayos y, tiempo después demolieron el terreno que gestó nuestros primeros juegos de infancia.

    Prometí una vuelta más en la montaña rusa y que, cuando estuviésemos boca-abajo, abriría bien los ojos pero, después de dos viajes seguidos, no quisimos esperar más a la cola. Al regresar una década después, descubrí que tenía miedo a varias atracciones del parque, en especial a las montañas rusas...

No podía esperar a dar un estirón para imitar a mi hermano y subirme yo también a los tejados de casa de la abuela. ¡Nada me haría más feliz que ver el mundo desde allá arriba! Y a los gatos que, cada noche de verano, escapaban en busca de aventuras. Crecí lo necesario y subí. Me gustó, pero no sentí un abismo entre mis pies y el suelo...

Impensable que hubiera un sonido igualable al de las olas para dormir, ni una playa mejor que aquella en la que corríamos toda el día haciendo castillos de arena y jugando a las peleas de algas. Ni una sensación mejor que la de echar un vistazo al fondo y sentirse a salvo al divisar las figuras de nuestros padres saludando sonrientes. Pero claro, sí llegaron muchos otros paisajes de montaña y playas casi desiertas que se convirtieron en mis predilectas cuando alcé el vuelo y recorrí mundo por mi propio pie, cayendo rendida a su majestuosidad e imponente silencio, lejos del barullo de antaño.

    Todos los paisajes y andanzas que quedaron atrás, permanecen por siempre en un lugar preciado de mi memoria. Los que son hoy mi presente y los que están por llegar, no son mejores, solo han cambiado la perspectiva de los ojos que hoy los contemplan, que, conscientes de la importancia de las promesas en la niñez como creadoras de ilusión, sonríen desde la serenidad.



Niños en el mar, Playa de Valencia. Joaquín Sorolla. 

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