Sin antesalas

Envolver un regalo con gracia requiere de cierto arte. Calculas el trozo de papel a emplear, doblas las esquinas cuidadosamente y empaquetas el objeto. Hay quienes incluso dominan otras técnicas más sofisticadas y, tijera en mano con un poco de papel o cuerda vistosos, crean tirabuzones y lazos que colocan encima del paquete. Sobre todo, regalar es un ritual. Primero piensas en la persona, eliges y finalmente envuelves. Creas un perfecto ambiente de espera previo a la entrega.

Como esa fecha que decides reservar en tu calendario y que apuntas en tu agenda con un círculo bien marcado. Sabes que no se te olvidará por nada del mundo pero, ese día tedioso de la semana, vuelves a la página y se te ilumina la cara al imaginar la llegada del ansiado encuentro.

De golpe y porrazo no hay fechas señaladas y el tiempo transcurre en un continuo incierto que quita ese brillo esencial a nuestros días y que, como suele decirse, es la sala de espera de nuestra alegría. Y ese interrogante lanzado al aire que nos hace preguntarnos ¿cuándo?. Y más aún, ¿cómo? Y todo por un organismo de tamaño microscópico que ha sido capaz de separarnos de lo que más nos importa.


Poderoso él. Pero no tanto como nuestra voluntad férrea de superarlo.



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